XXXX: Acerca de un accidentado paseo en lancha
Hoy fui al jardín zoológico de Buenos Aires (el Zoo, para los amigos). Y una de las atracciones que nunca había realizado era el paseo en lancha que rodea la isla de Lémures.
Nada nuevo, y la verdad una cosa aburrida, pero como iba con chicos el paseo en lancha (aunque fueran dos vueltas en 50 metros) era atractivo y merecía algunas fotos del suceso.
Parece que la suerte estuvo de mi lado porque el paseo finalmente fue más divertido y largo de lo esperado. La lancha dió una vuelta al lago y encalló frente a la isla de los Lémures. El flaco que la manejaba no conseguía soltarla, apenas atinó a poner un pie y acercarla a la isla para ua mayor comodidad.
El paseo se ponía más divertido ahora, con los chicos cantando canciones de marineros, con los adultos haciendo chistes y la gente del zoológico mirando desde el muelle. Le dije a mi hijo entre otras cosas, que debíamos salir nadando, que había cocodrilos en el lago, que podíamos saltar a tierra (un locura), todo lo hacía entusiasmar en la posibilidad de una aventura. Y encima le agregaba más contenido a la aventura diciendo que debíamos quedarnos adormir en la lancha, o en la isla con los lémures. En verdad el nerviosismo y el entusiasmo escondían el miedo que traen estas rupturas con la rutina esperable, y es entendible. Cada dos o tres chistes se ponía serio y miraba cómo otra lancha se acercaba a ayudar, y cómo finalmente debimos pasar de una a otra caminando sobre la popa de una lancha a la popa de la otra.
La lancha nueva nos dio la segunda vuelta esperada y todo acabó llegando al muelle.
Se que ahora varios chicos tiene una gran aventura en un lago en medio de la selva para contar a la familia, rodeados de bestias feroces y aguas nada calmas.
Esas grandes aventuras hacen de la niñez un sueño.
Nunca debiera la vida dejar de ser un juego.
Buddy
Nada nuevo, y la verdad una cosa aburrida, pero como iba con chicos el paseo en lancha (aunque fueran dos vueltas en 50 metros) era atractivo y merecía algunas fotos del suceso.
Parece que la suerte estuvo de mi lado porque el paseo finalmente fue más divertido y largo de lo esperado. La lancha dió una vuelta al lago y encalló frente a la isla de los Lémures. El flaco que la manejaba no conseguía soltarla, apenas atinó a poner un pie y acercarla a la isla para ua mayor comodidad.
El paseo se ponía más divertido ahora, con los chicos cantando canciones de marineros, con los adultos haciendo chistes y la gente del zoológico mirando desde el muelle. Le dije a mi hijo entre otras cosas, que debíamos salir nadando, que había cocodrilos en el lago, que podíamos saltar a tierra (un locura), todo lo hacía entusiasmar en la posibilidad de una aventura. Y encima le agregaba más contenido a la aventura diciendo que debíamos quedarnos adormir en la lancha, o en la isla con los lémures. En verdad el nerviosismo y el entusiasmo escondían el miedo que traen estas rupturas con la rutina esperable, y es entendible. Cada dos o tres chistes se ponía serio y miraba cómo otra lancha se acercaba a ayudar, y cómo finalmente debimos pasar de una a otra caminando sobre la popa de una lancha a la popa de la otra.
La lancha nueva nos dio la segunda vuelta esperada y todo acabó llegando al muelle.
Se que ahora varios chicos tiene una gran aventura en un lago en medio de la selva para contar a la familia, rodeados de bestias feroces y aguas nada calmas.
Esas grandes aventuras hacen de la niñez un sueño.
Nunca debiera la vida dejar de ser un juego.
Buddy
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